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domingo, 18 de julio de 2021

La Torre que vigila a Molina de Aragón.



 
    Sobre el cerro que rodea por el norte la villa de Molina en Guadalajara, en tiempos de los sarracenos se construyó una atalaya que servía de vigilancia para los vastos terrenos que comprendían la taifa y entorno de la ciudad; eran tiempos complicados de batallas por el credo, de conquistas y reconquistas, de amores imposibles, de vecinos con religiones diversas, de habitantes de la península cristianos y árabes…


    Tras el triunfo del Rey aragonés, Alfonso I el Batallador sobre las huestes morunas, y la constitución del Señorío de Molina, el primer Conde de la Villa  Don Manrique de Lara, decide construir sobre el viejo y decrépito alcázar árabe y sobre la atalaya de vigilancia, un castillo, que por sus características y situación geográfica, sean símil de su poder y legitimidad.
    Un castillo que sin lugar a dudas, a lo "arroz y tartana" de Blasco Ibáñez, trataba de mostrar más poderío  militar, del que realmente se tenía.

 
 
    En alguna ocasión os he hablado del castillo de Molina dando un paseo por sus adarves y almenas.
     

 
    Pero en esta ocasión os hablaré de la torre solitaria que  en lo alto del cerro, ha hecho de  guardián y vigilante, y así mismo faro guía  y referente de la ubicación de Molina a lo largo de los siglos.

 

 

    Como os decía anteriomente, corría el siglo XII, cuando el primer Conde del Señorío decide sobre aquella atalaya árabe construir un gran torreón; y digo lo de gran torreón, porque según algunos cronistas de la época, llegó a uno de los edificios más altos de aquella Europa medieval, con prácticamente treinta metros de alzada; en la actualidad tiene unos pocos menos, dieciocho y medio; luego os cuento el porqué de este decrecimiento. Pero pensad que tenía una planta más con respecto ahora, y su terraza en lo alto, estaba a medio cubrir por tejado a dos aguas.

Dibujo (página web turismo de Molina de Aragón).
 

    Batida por todos los vientos, en su cara noreste acaba de forma de lanza, haciendo por tanto que tenga forma pentagonal; varias son las finalidades de ese remate; uno evitar los ataques frontales por ese lado, ya que es el único franco con acceso llano hasta la torre, y así mismo romper el viento del cierzo (viento frío de noreste), que es con esta  dirección por la que arriba hasta las tierras de Molina.

 

    La torre así misma siempre ha estado rodeada de una gran muralla en forma de rectángulo, en cuyo interior albergaba todas las instalaciones necesarias para el suministro y mantenimiento de la torre; así mismo en este espacio había diversas canaleras, cuya finalidad era conducir las aguas pluviales hasta un gran aljibe, y así proveer a la atalaya de agua, incluso en situaciones de asedio.




    De igual manera dentro de este recinto había un almacén, donde se guardaban alimentos y víveres varios para la guarnición, cocina para elaborarlos, horno de pan, cobertizos con paja, leña etc…; y así mismo había una pequeña herraría para la reparación y puesta a punto de lanzas, cuchillos, hachas, etc… No olvidemos que la función principal de la torre era de vigiliancia y defensa de la población.
    

    También a lo largo y ancho del adarve de la torre se almacenaban grandes piedras para lanzar con catapultas en caso de batalla, y grandes recipientes donde calentar agua para arrojar sobre posibles intrusos.

 

 En este adarve que rodea el recinto exterior se colocaban grúas y poleas para subir sin grandes esfuerzos, todas estas piedras y objetos de defensa desde el exterior a la barbacana de almenas.
 

 
    El acceso a la torre no era como hoy lo conocemos; de hecho se accedía a través de una escalera practicable, de estas de mano, hecha de madera  y cuerda; y que se quitaba para evitar que nadie pudiese entrar, siendo por tanto un edificio totalmente inexpugnable, y que nunca a lo largo de los siglos fue ocupado por fuerzas enemigas a las que controlaban la torre.
 
 
 
    Tampoco era como lo es hoy el acceso al recinto exterior de la torre; éste lo era en forma de ele o codo, para evitar que pudiesen derribar la puerta con un ariete, etc…; y así mismo aprovechando el recodo de acceso, desde   lo alto de la torre poder atacar al invasor arrojando toda clase de piedras y agua hirviendo.
 
Foto blog de Paloma Torrijos.

 
    Por dentro la torre no estaba hueca, se dividía en plantas, a las que igual que en la entrada se accedía por escaleras de mano practicables, que en caso de emergencia se retiraban para evitar la ocupación de las diversas dependencias.

 

    Así pues os diré que la planta baja, es decir por donde hoy se entra, estaba por debajo de la puerta de acceso; el acceso a la torre lo era en torno a dos tres metros del suelo, a través de lo que es hoy  un ventanuco; se ponía la escalera desde el exterior para acceder hasta él; de esta manera en caso de invasión tampoco podían acceder a la torre en tropel, sino que debían hacerlo de uno en uno, lo que facilitaba la defensa del bastión; bajo esta planta de acceso y que suponía por tanto la primera planta,se encontraba el habitáculo, que es ahora la zona de acceso, con la puerta a pié llano, y que enonces se utilizaba como almacén de alimentos y provisiones; y en alguna ocasión incluso como calabozo.
 
 

    Por toda la torre había braseros de cerámica o hierro para calentar las dependencias, y así mismo antorchas para los desplazamientos nocturnos por las dependencias, elaboradas de pez y estopa.
 
    En la primera planta,  es decir la planta por la que se accedía a la torre; se encontraba lo que se denominaba cuerpo de guardia, y que no era otra cosa sino un grupo de soldados que ejercían las labores de guardia y control de acceso a la torre.
Estas dependencias tenían un mobiliario sencillo, mesas y  banquetas, que se utilizaban para comer, baúles para guardar la rudimentaria vajilla, armas,  etc… además de largas bancadas con almohadones de paja para descansar.

 

    La segunda planta, al ser una de las intermedias de la torre, era de las más cálidas, por lo que se utilizaba como dormitorio de la guarnición; su mobiliario lo componían grandes jergones, es decir colchones de esparto, paja o hierba, donde descansaban los soldados todos juntos; así mismo en estas dependencia había cántaros con agua, braseros, perchas, arcones, y orinales.

 

    La tercera planta era la más caliente de la torre, por lo que ésta se convertía en las dependencias del jefe o responsable de la guarnición de guardia; el mobiliario también era escueto y sencillo, una estructura de madera que hacía las funciones de cama, colchón de paja, perchas, arcones, tinajas con agua, mesa, taburete y orinal.
Las ventanas se cubrían de telas y pellejos con grasa para evitar la entrada de frío y las corrientes de aire; pensemos que en esa época no había  cristal , ni ventanas con rotura de puente térmico etc...

 

    En la misma habitación también dormían los ayudantes más directos del jefe de turno.
 
    Toda la dependencia contaba con  braseros altos,  fijos sobre un pie, en que se encienden materias inflamables y que servían como calefacción e iluminación. También se usaban velas elaboradas con grasa, ya que la cera era un producto de excesivo lujo.
 
    La cuarta planta…; ya llevamos cuatro plantas en un edificio del siglo XII…; se utilizaba como almacén de utensilios para la torre, armas, munición, leña, mobiliario de la torre, etc…

 

    Por último llegamos a la azotea; ésta se dividía en dos espacios, uno cubierto con un tejado  a dos aguas, machihembrado  con madera, y otro dedicado a terraza; en la zona cubierta se guardaban los materiales que necesitaban estar secos, como por ejemplo leña, y servía para cubrir y proteger de las inclemencias meteorológicas el acceso a las plantas inferiores.
 

    El resto de espacio de la terraza servía para comunicaciones a través de espejos, humo y fogatas con el resto de castillos y fortificaciones del Señorío, y de fuera (Zafra, Santiuste, Alpetea, Peracense…); así como lugar único para la vigilancia, y de defensa de la propia torre.

 
  
    En esta azotea también se guisaba para el personal de guardia, y se guardaban piedras y elementos arrojadizos para el caso de ataque al torreón.
 
    Desde la torre al castillo, había una coracha o pasillo subterráneo, que permitía el paso de un espacio a otro sin ser visto por el enemigo, en caso de conflicto.

 

    Desde su construcción hasta nuestros días, mucho ha llovido e incluso nevado por estos lares, siendo la Torre protagonista de decenas de avatares históricos.
 
    Tras la muerte de Doña Blanca, y heredado el Señorío su hermana la Reina de Castilla María de Molina, de la que hace unos días, se cumplió el séptimo centenario de su muerte e 1 de julio del año 1321,  la torre y el castillo dejaron un poco su papel defensivo, y de apariencia de poder.
 
 

  ¿Y por qué a la Torre se le apellidó de Aragón?, bueno pues la razón la tenemos, por aquellos seis años (1396 - 1375); en que Molina y sus tierras, pasaron a conformar parte del Reino de Aragón.
Aquí os cuento, por qué Molina se apellida de Aragón:
 
    En recuerdo de aquella efeméride Molina se apellida de Aragón, y denominan a la torre más alta y visible del castillo, como  Torre de Aragón.

 
 
    Muchos años después, cuando Carlos VI, y como dice la periodista Nieves Concostrina, el mastuerzo de su hijo, Fernado VII, dejan pasar a Napoleón camino de Portugal, y éste decide quedarse en España; surge aquella guerra denominada de la indepedencia, donde los españoles luchan porque sus Reyes regresen del exilio vacacional en Bayona, y José I (José Bonaparte, también conocido como Pepe botella, por bajar lo impuestos a las bebidas esperituosas), salga de Madrid, en dirección a los Pirineos.
    Molina sufrió mucho en aquella guerra, de hecho los franceses quemaron más de 600 viviendas, y entre otras edificaciones la iglesia de San Gil; lo partidarios del Napoleón, tomaron la torre, convirtiéndola en su  cuartel general, haciendo un gran foso a su alrededor.

 
   
 
     En esa época las recién creadas Cortes de Cádiz, ante el esfuerzo de los molineses en la lucha contra los franceses, concedieron a Molina el título de ciudad.

Juramento Cortes de Cádiz (Wikipedia)


    Pero la gran transformación de la Torre, vino años después con las denominadas guerras carlistas; el Rey Fernando VII, “el deseado”… en su lecho de muerte deroga la Ley Sálica, permitiendo con ello que puedan reinar las mujeres, él cuenta solamente con una hija, menor de edad, y que por tanto debe tomar la regencia su mujer de nombre María Cristina; la hija sería la futura Reina Isabel II; pero tal derogación de la Ley Sálica enfadó enormemente a su hermano Carlos María de Isidro, que entendía que a él le correspondía el trono, surgiendo así una guerra civil denominada como las guerras carlistas.

 
 
    Pues bien los carlistas tomaron rápido la ciudad de Molina y se instalaron en su castillo y torre de Aragón, y aunque por fuera apenas cambiaron nada, por el interior la cambiaron de arriba abajo, haciendo una escalera fija de madera, en vez de las incómodas practicables, y que es la escalera que ha llegado a nuestros días.
 

 
 
    Cuando acabaron las guerras con el triunfo de los Isabelinos; Isabel II recordando que el castillo de Molina había sido refugio de su enemigo decidió volarlo, y así comenzó a bombardear la Torre de Aragón y el recinto amurallado del castillo, ese que baja a lo que hoy es el cruce de la Nacional 211, con la Autonómica que va en dirección a Daroca y Calatayud. 
 
 
    Tras las peticiones del pueblo de Molina de que no tirase su edificio más emblemático, y por el alto coste que suponía la obra, Isabel II, accedió a la petición y no derribó la fortaleza, pero la Torre de Aragón, rota y desmochada perdió casi diez metros de altura, de ahí su decrecimiento que os comentaba antes.

 

    Fuera como fuese la ubicación de la Torre de Aragón es impresionante porque se atisba desde la práctica totalidad de los términos municipales que comprenden el antiguo  Señorío de Molina, siendo sin lugar a dudas uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad.
 
 

    Sólo me queda recomendaros la subida a este precioso edificio y que disfrutéis del paisaje que desde arriba se otea. FINEM

 

viernes, 19 de marzo de 2021

De vista a la ermita de la Virgen de la Carrasca en Castellar de la Muela (una joya del románico).

   

    La Sierra de Caldereros desde siempre me ha parecido tener una energía especial y no sólo por su belleza, que desde luego; sino por la cantidad de lugares recónditos que la hacen un lugar especial.

         He leído de esta sierra que, algunos geólogos le llaman el tejado de España, pues las aguas que caen al norte de la misma, y que dan origen al río Piedra, ese que un poco antes de Nuévalos, se despeña por cascadas de inefable belleza, en ese lugar conocido como el Monasterio de Piedra, junto al Mesa, desembocan en el Jalón, y éste en el Ebro abocando sus aguas finalmente en el  Mediterráneo.

         Sin embargo, las aguas que caen al sur de la Sierra, van al río Gallo, éste al padre Tajo, y finalmente al Océano Atlántico, siempre y cuando el trasvase al Segura así lo permita.

 

 

 


    Es un mirador extraordinario pues desde toda la cresta de su cordillera, sobre todo hacia al norte, se aprecian kilómetros y kilómetros de Aragón, la lámina de agua de Gallocanta y allá a lo lejos el enigmático Moncayo.

     
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  

    Reguardado de los fríos nortes del viento, al que por estas tierras llamamos Cierzo, el majestuoso Castillo de Zafra, ese en el que el tercer Señor de Molina se escondió tras atacar al Rey de Castilla Fernando III…; y un poquito más al sur, en mitad de ninguna parte, entre tierras de labor, carrascales, y hondonadas cuyas superficies se convierten en pequeñas lagunas en períodos de lluvia, se encuentra una de las ermitas más bellas de toda la comarca de Molina, se trata de la ermita de la Virgen de la Carrasca. (Castellar de la Muela)

   

      Amplio ha sido el debate entre estudiosos de la comarca, si se trataba de la parroquia del antiguo poblado de los Villares o no, pera la opción mayoritaria a día de hoy es que no, ya que ese poblado sería anterior a la ermita, de la época celtíbera; así pues parece ser que desde siempre fue una ermita del vecino pueblo de Castellar de la Muela.

 
     

    Casi todos los edificios dedicados al culto, a la oración, a la reflexión, desde tiempos paganos están en lugares donde no tengo muy claro por qué razón, se respira paz, y desde luego la ubicación de la ermita de la Virgen de la Carrasca es uno de ellos.

 

         En mitad de esta soledad serrana, con piedras de sillar de tonos rojizos, toscamente labrados, se erigió la ermita, la cual se caracteriza por su sencillo estilo románico, por su ciprés y por el ruidoso silencio, del lugar donde se asienta.

 Su construcción data del siglo XII, cuando el Señorío de Molina daba sus primeros pasos, y los moradores de esta tierra cambiaban de religión.

    
    
 

    La ermita está compuesta por una nave única alargada,  cuyo ábside en forma circular, como mandan los cánones del románico está orientada hacia oriente, y es que los edificios de estilo románico se construían siguiendo un eje este – oeste; la cabecera de la iglesia o ábside hacia el este; y todo por pura simbología, ya que en oriente (tierra Santa), es donde había nacido Cristo, y así mismo por donde sale el sol todos los días, tras el período de tinieblas; el cual con su ciclo diario constituye un recordatorio permanente del ciclo de la vida y la muerte.

    

 

   En este ábside hay una pequeña ventana con forma de aspillera, donde tras el alba penetran los primeros rayos de sol; todo este ábside, tiene un alero de sencilla traza, adornado con canecillos y modillones que refuerzan así mismo la cornisa.

 

 
   

    La fachada sur del templo es para la portada, ornamentada por tres arquivoltas de arista lisa, que descansa en sendas columnas, cuyo conjunto otorgan al espacio una sobria elegancia.

 


 
 
 
   

    De igual manera en el románico era típico hacer un pequeño patio como de antesala al templo, y la ermita de la Virgen de la Carrasca también lo tiene, éste es prácticamente hermético, entrando la luz al mismo, por dos pequeñas ventanas, y la puerta de acceso.

 

    Dentro del atrio en varias piedras se observan las denominadas marcas de cantero, que no era otra cosa, sino la muesca que cada cantero hacía en las piedras que colocaba para luego cobrar el trabajo hecho.

 
  

    La fachada norte del templo, lo compone un potente muro de mampostería, sin ventana alguna; ya que trata de proteger al templo, de las inclemencias meteorológicas que, en esta parte de las parameras de Molina son extremas, sobre todo en los meses de invierno.

   

    Y hacia poniente una sobria fachada en cuya cumbrera aparece una desvencijada espadaña, cuyas oquedades nos descubren que antaño albergaban un campanil.

 
 
     
  

    Desde hace tiempo la talla de la Virgen se alberga en la Iglesia de Castellar de la Muela, para evitar que los amigos de lo ajeno se la puedan llevar, aunque el tercer sábado de mayo las gentes de Castellar la llevan en romería hasta la ermita, donde los castellarenses pasan el día entre bocatas de embutido, tortillas de patata y votas de vino; es típico el lanzamiento de caramelos y golosinas para los niños, y el disparo de fuegos artificiales cuando las andas regresan al pueblo.

Virgen de la Carrasca. (Fuente Facebook Peña de Castellar de la Muela).

 
 

    El profesor y poeta José Antonio Labordeta, describía los elementos artificiales que se introducen en el campo, como “la cutrez de la modernidad”; pues bien, algunos de estos elementos rodean el paraje de la ermita, números molinos eólicos, con sus cables de alta tensión acompañan al paisaje, pero aún, así eso no quita la paz y el sosiego del lugar.

 
 

    Desde la ermita a lo lejos, apenas dos kilómetros se vislumbra el pueblo de Castellar de la Muela, del que hace tiempo algunas cosas os conté: (https://blogdeoscarpardodelasalud.blogspot.com/search/label/Castellar%20de%20la%20Muela?m=0)

 
 

    Y en la otra dirección la ermita de San Segundo en el término municipal de Hombrados, uno de los mejores miradores de toda la comarca.

 

 

 

         Con todo lo anterior, poco más os puedo contar sobre esta ermita y sobre este lugar, sólo que la visita compensará el viaje hasta ella, pues como dice el Cronista Oficial de la Provincia de Guadalajara don Antonio Herrera Casado, “Su dignidad silenciosa evoca la fuerza constructiva de las gentes anónimas de los pasados siglos. (…) Su lejanía, su silencio, su olvido de todos, añade un valor a este templo, que recomendamos visitar a quienes gustan de estas viejas piedras, a quienes, sobre todo, se dedican a contarlas y describirlas.

         Ya me contaréis FINEM.

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