lunes, 19 de enero de 2015

AMOR Y TRAGEDIA EN UN PASADIZO DE CUENCA. "El Cristo del Pasadizo".



 
Se pueden contar por decenas las leyendas y pequeñas intrahistorias que a lo largo de los siglos se han producido en las plazas y callejuelas de la mágica ciudad de Cuenca.

 
Entre dos hoces la ciudad antigua de Cuenca simula un buque rompehielos que proveniente de la Serranía, "navega" orientada en dirección a la alcarria conquense, y hacia las grandes llanuras manchegas, tal vez para encontrase con don Quijote…


Fuera como fuese la antigüedad de esta bella ciudad castellana ha dado para muchos acontecimientos siendo uno de los más sonados el que a continuación os relato, donde el amor, el desamor y el infortunio van cogidos de la mano.
En una de las callejas que baja desde la zona del castillo hacia la catedral, justo asomada a la hoz del río Huécar, se suceden los recovecos y pasadizos donde las viejas casonas se apelotonan y adaptan unas con otras…; en uno de estos pasadizos se colocó la talla de un Cristo crucificado al que la ciudadanía denominó el Cristo del Pasadizo; y al que la población bien por la ubicación, o por lo enigmático de lugar fue cogiendo gran apego y fe, siendo habitual ver personas orando bajo la talla.

 
 
En ese mismo pasadizo, vivía una bellísima chica, de nombre Angustias, desde la ventana de su alcoba se asomaba para contemplar el pasaje y a las personas que se acercaban hasta el Cristo.

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Todas las noches Julián, un joven apuesto se acercaba dando un paseo hasta  la talla del Cristo para pedir por su familia, pues los problemas económicos acuciaban en su hogar…; Angustias disimuladamente lo observaba, y así mismo Julián la miraba a ella de reojo, todo ello sin decirse nada. Y así una noche tras otra.
 
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Llegó un momento que Julián ya no iba hasta el pasadizo para rezar a su Cristo, sino que lo hacía con la ilusión y el corazón encendido de poder ver a la bella Angustias.
Finalmente un día se atrevió a hablarle, y así comenzaron a conocerse, horas y horas de conversación a través de la ventana y con una reja de por medio, que abonaba un amor que incipiente pronto desbordó en pura pasión y enamoramiento.

 
Los dos enamorados y tras la visita de todos los días, ya comenzaban a realizar planes de boda y de futuro en común.
Pero había un problema con el que no habían contado, el padre de Angustias que ya los había sorprendido varias veces, pensaba que la familia de Julián era demasiado humilde, y que por tanto el joven conquense no podría garantizar un buen futuro para su hija Angustias. Aunque pese a ello, le permitía que todas las noches conversase con Julián a través de la reja.

 
 
A ambos les preocupaba esta situación, por lo que la arribada a Cuenca de un emisario de la corona, reclutando soldados para guerrear por tierras italianas, les hizo pensar que si Julián se alistaba, podría suponer la vuelta a la ciudad del Júcar, con riquezas obtenidas en las guerras… Así pues dicho y hecho Julián se alistó al reclutamiento y se fue con el ejército camino de Italia.


Antes de partir y con el corazón henchido de dolor los dos enamorados llevaron a cabo un juramento, y era que ninguno tenía que enamorarse ni casarse mientras no se supiera que el otro hubiera muerto.
Este juramento lo hicieron bajo el Cristo del Pasadizo, sellándolo con un gran beso.

Los días pasaban y a Angustias las semanas se le convertían en meses, aburrida y desesperada, pedía ante el Cristo el pronto retorno de Julián a Cuenca, muy de vez en cuando recibía cartas de éste contando todo lo que sucedía en tierras italianas; pero los meses transcurrían y Angustias se aburría como una ostra encerrada tras la reja.
Su belleza y encanto tenían embelesados a todos los jóvenes conquenses, no siendo extraño que fueran varios a cortejarla a su ventana del pasadizo; así pues Angustias comenzó a interesarse por el más galán de todos, un tal Lesmes, que poco a poco fue ganándose la confianza primero, y el corazón después de la bella Angustias.

 
 
Y así día tras día, los cortejos del joven Lesmes fueron recreando aquellos que anteriormente había llevado a cabo con Julián.
La madre de Angustias se dio cuenta de todo ello, y conocedora de la promesa hecha ante el Cristo, le reprendió la conducta…; pero Angustias joven y con ganas de vivir, no pensó que aquello fuese a tener consecuencia alguna; de hecho los sonetos que Lesmes le recitaba al oído desde el otro lado de la reja, ya le estaban haciendo olvidar a Julián.
 
Mientras tanto Julián por tierras italianas, y con el único objetivo de pasar el resto de su vida junto a Angustias, se esforzaba por conseguir éxitos en las batallas; su inteligencia, valentía y pericia pronto le dieron fama y prestigio, e incluso importantes ascensos y prebendas que Julián no había desvelado a Angustias en sus múltiples cartas, para así sorprenderla a la vuelta con las buenas nuevas.


Acabó la guerra, y los soldados fueron regresando a sus lugares de origen, y también Julián lo hizo, tomando los caminos y veredas más cortos, para llegar lo antes posible al pasadizo donde se encontraban su Cristo y su amada Angustias.

 
El  sol ya se ocultaba por el poniente cuando Julián cruzaba el río Júcar por el puente de San Antón, ya estaba en su Cuenca, y como hacía todos los atardeceres dos años antes, emprendió raudo el paso, para ascender por las cuestas de la vieja Cuenca, camino del pasadizo para cortejar a su amada Angustias.

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Cuando giró el último recoveco, quedó un poco desconcertado, alguien estaba apostado en la reja de Angustias, pronto observó que era un joven galán que como él había hecho, estaba cantando galanterías a Angustias.
Desbordado por los celos y lleno de ira, desenvainó su espada y se dirigió hacia el joven Lesmes; éste instruido en el arte de la espada, y ante el silbido originado por la velocidad de la espada de Julián, también desenvainó la suya, para defenderse…; al momento el pasadizo se convirtió en un campo de batalla donde los dos hombres enamorados se enfrentaban a muerte por el amor de Angustias, que aterrada estaba contemplando todo al otro lado de la reja.


El silencio enigmático de la noche conquense se rompió con el chocar de las afiladas espadas, y los improperios que de sus bocas surgían, hasta que Julián tropezara en uno de los escalones del callejón y cayera al suelo, momento que Lesmes aprovechó para atravesar con su espada el que ya era un corazón roto…; al instante Julián expiró con la mirada fija en Angustias.

 
 
Al momento el silencio retornó al callejón, pero pronto fue roto por la guardia que avisada por los vecinos acudían al callejón a ver que era toda aquella algarabía, Lesmes consciente de lo que había ocurrido emprendió su huida camino del barrio alto de Cuenca, para desde allí a través de un sendero esconderse en los frondosos bosques que rodean la ciudad…; pero el destino quiso que al saltar un murete a las afueras de Cuenca, cayese de mala postura desnucándose  con una piedra…

 
Angustias quedó sumida para toda la vida en una gran tristeza, y recluida en el Convento de las Petras, donde dicen que su espíritu sigue vagando triste y abatido por el trágico suceso.
Y allí en el pasadizo quedó la talla del Cristo, que mudo fue testigo de la tragedia allí ocurrida, contando sin hablar la importancia de los conceptos lealtad y compromiso.

 
FINEM
  

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